"Eres triste, los de tu tierra los sois".
Debió de ser la primera vez que alguien hacía tal afirmación.
En cualquier caso, lo triste es no estar siempre alegre con este nombre que rebosa felicidad.
Siempre me viene a la mente esa aseveración, la única contraria a todas las demás observaciones en este sentido, cuando me siento así. Pero no tiene nada que ver con las sensaciones de ahora mismo. Estoy en un paréntesis que no difiere mucho de lo de afuera, pero que no tiene nada que ver, al menos superficialmente.
Se puede llorar por tantas cosas ajenas a nosotros, reales o ficticias: un hecho, una película, una canción, un poema... pero nunca me había pasado con un libro, al menos de manera tan tangible, tan real.
Igual es esa tendencia mía tan burguesa de regocijarme en la melancolía.
Quizá si que sea triste, más de lo que creía.
Tengo debilidad por este tipo de finales, los que realmente son finales y no principios de otras historias. Los que verdad terminan algo, cierran el ciclo, y que, generalmente, son tristes.
Si pienso en películas, poemas, historias, canciones que me gustan por encima de algunas otras, tienen ese hilo conductor, ese desencuentro, el desasosiego del qué pasaría si... la certeza de que no puede pasar nada más, porque ha llegado al fín. Un fin irrevocable, desde el que no se puede dar marcha atrás.
No lo he meditado mucho, no me he dado tiempo, porque así, con lágrimas aún en los ojos, he venido a desahogarme. Tenía que vomitarlo, compartir esta suerte de alegría en la tristeza, este placer agridulce con vosotros antes de que la noche se llevase este sentimiento.
PD: nunca he sido de favoritos, pero en esa nube de preferidos, sin duda, (salvando varias páginas en las que casi desisto en el intento de leer hasta el final) se ha colado un libro que me ha robado demasiadas horas de sueño en estos días en las que las necesito: "La elegancia del erizo" de Muriel Barbery